La Unión (de naturalezas) hace la fuerza – Cristo Divino-Humano – (Jesucristo 9 de 11)

Introducción.

Jesús fue tentado en todo según nuestra semejanza, participando de nuestra naturaleza humana con la posibilidad de caer en pecado, al igual que Adán antes de pecar. Cuando la Biblia dice que fue tentado “en todo” no significa idéntico, sino si vamos a rendir nuestra voluntad a Dios o no. La victoria de Cristo sobre la tentación lo capacitó para simpatizar con las debilidades humanas. Cristo padeció mientras estuvo sujeto a la tentación, por tener que resistir a límites que nosotros nunca resistimos. Su naturaleza santa era extremadamente sensible. Cualquier contacto con el mal le causaba dolor. Debemos tener presente, que en estas condiciones, las tentaciones debieron ser más intensas y dolorosas para Jesús que para cualquiera de nosotros. Por otro lado, nosotros jamás podremos enfrentar una tentación que Jesús sí que afrontó, además, lo hizo de manera constante en cada momento de su vida. La de usar el poder divino en su propio beneficio. Por otro lado, la Biblia describe la humanidad de Jesús, llamándola santa, según Lucas 1:35. Era uno con la raza humana excepto en el pecado. Cuando se acercaba a su mayor prueba, dijo: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mi” (Juan 14:30). Jesús no poseía propensiones ni inclinaciones al mal, ni siquiera pasiones pecaminosas. Ninguna de las tentaciones que lo asaltaban como un alud, pudo quebrantar su inamovible lealtad a Dios. A diferencia de la humanidad caída, la “naturaleza espiritual” de Jesús es pura y santa, “libre de toda contaminación del pecado1. Ahora vamos a afrontar el tema sobre la necesidad de la encarnación.

La necesidad de que Cristo tomara la naturaleza humana.

En la Biblia encontramos varias razones por las que Cristo tenía que tomar sobre sí la naturaleza humana.

Para ser el sumo sacerdote de la raza humana.

La primera es para que Cristo representase a la raza humana, es decir, para que fuese el Sumo Sacerdote de entre los hombres. Jesús debía ocupar la posición de Mediador entre Dios y los hombres. Como dice el apóstol Pablo en 1ª Timoteo 2:5: “Porque hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. El profeta Zacarías ya profetizó acerca de esta función del Mesías (Zacarías 6:13) “Él reedificará el templo de Yavé, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado, y consejo de paz habrá entre ambos”. En Hebreos 4:14-16 encontramos una promesa preciosa: “Por tanto, teniendo un gran Pontífice (Sumo Sacerdote), que penetró en los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra fe. Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna”.
Para desempeñar esta función se precisa tener naturaleza humana, y Cristo cumplió con los requisitos. En primer lugar, podía ser “paciente con los ignorantes y extraviados”, porque “Él también está rodeado de debilidad” (Hebreos 5:2). En segundo lugar, “es Misericordioso y fiel”, porque fue hecho en todas las cosas “semejante a sus hermanos” (Hebreos 2:17). En tercer lugar, tiene la capacidad o el poder de socorrer a los que son tentados, porque él mismo sufrió cuando fue tentado (Hebreos 2:18). Y en cuarto lugar, Cristo simpatiza con nuestras debilidades, porque fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Hebreos 4:15).

Para salvar aún a los más degradados.

Cristo necesitó encarnarse para poder salvar aún a los más degradados, para poder alcanzarlos allí donde se encuentran, se humilló a la misma altura que la de un siervo, como leímos en Filipenses 2:7, y rescatar aún a los que ofrecen menor esperanza.

Para dar su vida por los pecadores del mundo.

La naturaleza divina de Cristo no puede morir. Para poder morir Cristo debía poseer una naturaleza humana. Por eso se convirtió en hombre, y pagó la pena del pecado, la muerte. Como ser humano, experimentó la muerte por todos nosotros (Hebreos 2:9).

Para ser nuestro ejemplo.

Cristo es el ejemplo de todo ser humano. Cristo es nuestro ejemplo en cómo vivir, hablar, dirigirnos por la vida. Para poder ser un ejemplo, Cristo tenía que ser humano como nosotros, pero tener una vida sin pecado, no como la nuestra. De lo contrario, no sería mi ejemplo. En su función de “segundo Adán”, acabó con el mito de que el ser humano no puede obedecer la ley de Dios y vencer al pecado. Demostró que es posible que la humanidad sea fiel a la voluntad de Dios. En el punto donde el primer Adán fue vencido, donde cayó, el segundo Adán venció, obtuvo la victoria sobre el pecado y sobre Satanás. De este modo se convirtió en nuestro Salvador y en nuestro ejemplo. Si permanecemos en Cristo, esto es, si oramos y leemos la Palabra de Dios a diario, entonces podremos recibir fuerzas para vencer el pecado como él lo hizo.
Contemplando al Salvador “somos transformados de gloria en gloria, en la misma imagen” (2 Corintios 3:18). Muchos jóvenes y adultos admiran a personajes populares, estrellas del deporte, del cine, del espectáculo, etc. Sin darse cuenta, acaban imitando sus gestos, sus palabras, su peinado, su forma de vestir, etc. Es inevitable, acabamos pareciéndonos a aquél a quien admiramos y del cual leemos, vemos, oímos, etc. Si dedicásemos tanto tiempo y recursos a Cristo, cada vez nos pareceríamos más a él, aunque no sepamos a ciencia cierta cuál es su rostro. En Hebreos 12:1 ― 3 leemos: “Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…considerad a Aquél que soportó tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo, para que no os canséis ni os desaniméis en vuestro corazón”. Cristo padeció por nosotros dejándonos ejemplo, para que sigamos sus pisadas (1 Pedro 2:21).

La unión de las dos naturalezas.

Aunque se suele mencionar muy a menudo que Cristo posee dos naturalezas, una divina y una humana, esto es inexacto. Cristo en realidad posee una única naturaleza divino-humana. Es el Dios-Hombre. Debemos ver que cuando la encarnación se llevó a cabo, fue el Verbo eterno, el que tomó sobre sí la naturaleza humana. No fue Jesús el hombre quien adquirió una naturaleza divina, o la divinidad, como algunos pueden pretender. Gráficamente hablando, es Dios quien viene y se aproxima al hombre, y no el hombre hacia Dios. En Jesús esas “dos naturalezas” se funden en una sola, por eso decimos que tiene una única naturaleza, “divino-humana”. Un ejemplo de esto lo tenemos cuando Pablo describe a Jesús como el Hijo de Dios, haciendo clara referencia a su naturaleza divina; y en otro lugar se especifica que nació de mujer, como en Gálatas 4:4, haciendo referencia a su naturaleza humana. Aquí es donde cobra nueva luz el texto de Filipenses 2:6, 7 “el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres”. Como acabamos de decir, la naturaleza de Cristo no es el fruto de un ser humano influido por un poder divino abstracto. Dijo el apóstol Juan “Y aquél Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de Gracia y de Verdad (Juan 1:14)”.

La mezcla de las dos naturalezas.

En ciertas ocasiones, la Biblia describe al Hijo en términos que hacen referencia a su naturaleza humana. Cuando Cristo entró en el mundo, según Hebreos 10:5 “Por lo tanto, entrando en el mundo, él dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo”. Cuando Cristo tomó sobre sí la humanidad, su divinidad fue “revestida” de humanidad. Esto no se consiguió intercambiando su humanidad por divinidad, ni su divinidad por humanidad. Cristo no se despojó de su naturaleza divina, suya por excelencia e inherente para tomar otra naturaleza. Lo que hizo fue asumir la naturaleza humana, combinando así la que ya poseía con la nueva adquirida. No hay porcentajes, es todo en uno. En la encarnación, Cristo no dejó de ser Dios, ni se redujo su divinidad al nivel de la humanidad. Cada naturaleza mantuvo su nivel. En Colosenses 2:9 Pablo nos indica que “en Él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad”. En la cruz, fue la naturaleza humana la que murió, y no su divinidad, pues habría sido imposible que eso sucediera.

La necesidad de la unión de las dos naturalezas.

El hecho de comprender cómo se relacionan entre sí las dos naturalezas de Cristo, nos permite tener una buena perspectiva de la misión de Cristo, y de nuestra salvación. De este modo:
1. Se reconcilia con Dios a la humanidad. Solamente un Salvador que fuese a la vez divino y humano podría traer salvación. ¿Por qué? Porque cuando Cristo, siendo divino, se vistió de humanidad, nos hizo partícipes de la naturaleza divina. Dicho de otra manera. Nosotros nos apoderamos de los méritos de Cristo por fe. Al hacer esto, también estamos haciendo nuestra la naturaleza divina. Al recibir a Cristo en nuestra vida, junto con él y sus méritos, se nos hace partícipes de la naturaleza divina. No somos dioses, ni llegamos a serlo, ni mucho menos, pero sí que podemos beneficiarnos de esto. El apóstol Pedro nos dice en su segunda epístola, 1:3 y 4 “Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha concedido sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que por ellas lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina”.
Tenemos una ilustración de esto en la famosa escalera de Jacob. Esa escalera simboliza a Cristo, y nos alcanza dondequiera que estemos, y nos pone en unión o conexión con el cielo. Cristo tomó sobre sí la naturaleza humana y venció al pecado, para que nosotros también podamos vencer si tomamos sobre nosotros su naturaleza por fe. Los brazos divinos de Cristo se aferran al trono de Dios, mientras que su humanidad nos abraza a nosotros, uniendo la tierra con el cielo.
Por otro lado, la naturaleza divino-humana hace que el sacrificio expiatorio sea realmente efectivo. La vida de cualquier ser creado no podía expiar los pecados de la raza humana. Como dice Ezequiel 18:20 “El hijo no llevará el pecado del padre ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo recaerá sobre él y la impiedad del impío recaerá sobre él”. Un ser creado, aunque Justo no puede darme su justicia. Sólo el mismo Creador, compartiendo la condición de ser humano puede ofrecer algo a los demás, en este caso al ser humano. Por eso la necesidad de que Dios se hiciese hombre, sin dejar de ser Dios, para tener algo mejor que brindarnos.

Resumen.

Hoy hemos visto que Cristo tenía que ser humano para poder representar a la raza humana como Pontífice o Sumo Sacerdote. Por otro lado, al hacerse humano, podía alcanzar a aquellos que estamos separados de Dios por culpa del pecado, incluso los más degradados. Haciéndose humano, Cristo pudo morir y de ese modo, ofrecer su vida en lugar de la nuestra, y pagar por el pecado para liberarnos de la muerte eterna. Como hombre nos dejó ejemplo de cómo vivir. De no haber sido hombre, sería un ejemplo no válido por no estar en igualdad de condiciones.
El próximo tema veremos más motivos por los que Cristo se hizo hombre, y qué oficios desempeñó entre nosotros. ¡Feliz Sábado!
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1 White, E. G. Op. Cit. “En el Getsemaní”...Véase White, E. G. DTG p. 231.
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