Cristo Divino II (Jesucristo 5 de 11)

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Introducción.

El tema anterior comenzamos con la naturaleza de Cristo, y en concreto con su divinidad. Vimos que Jesús conserva los atributos divinos, como la omnisciencia, omnisapiencia, omnipotencia, omnipresencia, la inmutabilidad, la santidad, la eternidad, y su vida no heredada ni derivada. También hemos respondido a la pregunta sobre su “primogenitura”, viendo que no hace referencia a ser el primero de muchos, sino a su calidad de único, especial e irrepetible.
Hoy continuaremos con los atributos divinos de Cristo, como son los nombres divinos, su testimonio personal acerca del tema, su igualdad a Dios, su adoración como Dios y la necesidad de su divinidad para el plan de la salvación.

Nombres divinos.

Al igual que vimos con el Padre, los nombres revelan características de aquél a quien designan. Lo mismo sucede con el Hijo, con Jesucristo. Los nombres de Cristo revelan, entre otras cosas, su Divinidad. Por ejemplo, Emmanuel, es un nombre hebreo compuesto. En hebreo suena literalmente Im-anu-el. Im- es un prefijo hebreo que significa “con”, “junto a”. –anu- es el pronombre “nosotros”, del hebreo “anahnu”. El sufijo “–el” significa Dios. De ahí que Im (con) anu (nosotros) el (Dios), o “Dios con nosotros”. El nombre propio de Cristo ya nos indica que Él es “Dios con nosotros”, lo encontramos en Mateo 1:23.
Por otro lado, los creyentes se dirigían a él como el Hijo de Dios, sirva de ejemplo Marcos 1:1 donde leemos “Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Pero no eran los únicos, también los demonios se dirigían a Él así, como en Mateo 8:29 donde leemos: “Y gritaron, diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes del tiempo?”
A Jesús también se le aplica el nombre de Yavé, aplicado en el Antiguo Testamento a Dios. Mateo en su evangelio, capítulo 3, versículo 3 escribió “Pues éste es aquel de quien fue dicho por medio del profeta Isaías: Voz del que proclama en el desierto: “Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas”. Estas palabras las tomó de Isaías 40:3, donde en vez de Señor, literalmente dice “Voz que clama en el desierto: “¡Preparad un camino a Yavé; nivelad una calzada en la estepa a nuestro Dios!”
Otro texto de Isaías donde se hace referencia a Yavé Dios, es en Isaías 6:1-3, donde leemos. “El año en que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el Templo. Por encima de él había serafines. Cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces diciendo: “¡Santo, santo, santo, Yavé de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!”. En el evangelio de Juan 12:41 encontramos una referencia del apóstol a ese texto de Isaías, refiriéndose a Cristo. Dice así: “Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él”. Es decir, según Juan, Isaías en aquél texto estaba hablando de Jesucristo.

Su divinidad reconocida.

El apóstol Juan reconoce en Cristo a la Palabra eterna que se convirtió o fue hecha “carne”, como hemos leído ya en Juan 1:1 y 14. El apóstol Tomás, también se dirigió a Cristo reconociéndolo como “Señor mío y Dios mío” (Juan 20:28).
Pablo hizo referencia a Cristo en Romanos 9:5 llamándolo “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”. Y en Hebreos 1:8 y 10 se le reconoce como Dios y Señor de la creación.

Su testimonio Personal.

El propio Cristo atestiguó acerca de su divinidad, igualándose a Dios. En Juan 8:58 se presentó como “Yo Soy”, nombre con el que se presentaba Dios en el Antiguo Testamento. Llamaba a Dios “mi Padre”, en vez de “nuestro Padre”, como lo vemos en Juan 20:17 cuando dijo: “ve a mis hermanos y diles: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Jesús hizo esa distinción de forma intencionada, haciendo notar que la relación entre Dios Padre y Dios Hijo es diferente a la de Dios y sus hijos o criaturas. Esta idea se ve reforzada en Juan 10:30 donde Jesús declaró: “Yo y el Padre, uno somos”. Con esta declaración, no sólo afirma esa relación especial, sino que era de una sustancia con el Padre, poseyendo los mismos atributos.

Se presume su igualdad con Dios.

En la fórmula bautismal, reflejada en Mateo 28:19 “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” se da por sentada la igualdad entre Jesucristo el Hijo, el Padre y el Espíritu Santo. En la bendición apostólica completa encontrada en 2 Corintios 13:14 dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.” Esto denota la misma igualdad antes vista en la fórmula bautismal.
En otra ocasión, Pablo estaba hablando de los dones espirituales. Para clarificar el origen y concordia de los dones, habla de la unidad, soberanía y armonía de las tres personas de la Divinidad. Dice en 1 Corintios 12:4―6: “Ahora bien, hay diversidad de dones; pero el Espíritu es el mismo. Hay también diversidad de ministerios, pero elSeñor es el mismo. También hay diversidad de actividades, pero el mismo Dios es el que realiza todas las cosas en todos.”
En Hebreos 1:3 se describe a Cristo como “Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza, quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”. En otras versiones leemos “la imagen misma de su sustancia”. Cuando se le pidió que mostrase al Padre, Jesús respondió “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

Se lo adora como a Dios.

En más de una ocasión sus seguidores lo adoraron. Fue él mismo quien en ocasión de las tentaciones de Satanás en el desierto contestó: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”, afirmando que sólo Dios es digno de ser adorado, y al único al que se debe adorar. Teniendo esto en mente, vemos que Jesús permitió y aceptó que le adorasen. Un ejemplo lo vemos en Mateo 28.17 “Cuando lo vieron, lo adoraron”. En Hebreos 1:6 leemos la orden “Adórenle todos los ángeles de Dios”. Pablo mismo también escribió en Filipenses 2:10 y 11: “para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.
En otros textos de alabanza y bendición, se adjudica a Cristo “la gloria por los siglos de los siglos”, como en 2 Timoteo 4:18; Hebreos 13:21 y 2 Pedro 3:18.

Su naturaleza divina es necesaria.

Cristo reconcilió a Dios con la humanidad. En 1 Timoteo 2:5 se nos dice que “hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo”. Los seres humanos además necesitaban una revelación perfecta del carácter de Dios a fin de desarrollar una relación personal con él. Sólo hay que ver hoy en día, las personas que deambulan por la vida, y no conocen a Dios, sólo blasfeman su nombre, o le echan en cara el desastre de su propia vida. No pueden ni quieren relacionarse con el “dios” que el mundo conoce, o con el que Satanás les presenta. Es necesario tener un conocimiento correcto de quién y cómo es Dios, de su Amor por nosotros para querer y desear relacionarnos con él.
Cristo suplió esa necesidad de exhibir la gloria de Dios, como dice Juan 1:14: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito [único] del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Jesús mismo dejó clara esta carencia por parte del ser humano, y mostró que él vino a suplirla. Lo leemos en Juan 1:18: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer”. Posteriormente, en la oración sacerdotal, Jesús hablando con su Padre en oración afirma haber cumplido con tal objetivo. Esto está registrado en Juan 17:6 “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra”. En la noche anterior a su entrega y muerte, Jesús afirmó: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
Cristo usó el poder divino para revelar el poder de Dios. Fue así como se dio a conocer como el Salvador del mundo, enviado por un Padre amante para sanar, restaurar y perdonar pecados. Pero, nunca usó el poder divino para ahorrarse ni una sola dificultad y sufrimiento personal. No evitó el pesar que habría pasado otro ser humano en su lugar, en circunstancias similares.
Verdaderamente, Jesucristo es uno con Dios el padre, en su naturaleza, su carácter y sus propósitos. Es Dios.

Resumen.

Hoy hemos visto que Jesucristo es Dios gracias al uso de los nombres divinos. Se le atribuyen textos de Isaías donde el que aparece es Yavé, y en el Nuevo Testamento es Cristo el identificado en esos textos. Los apóstoles reconocen y atestiguan su divinidad, tanto Juan en su evangelio, así como Pablo en sus epístolas, y demás.
El propio Señor Jesucristo dio testimonio personal de su divinidad, haciéndose igual a él, así como demostrar que verle a él era como ver al Padre. En el Nuevo Testamento se presume su igualdad con Dios, tanto en la fórmula bautismal, así como en bendiciones en nombre de las tres personas de la divinidad.
Se le adoró como a Dios, siendo que él mismo dijo que sólo se puede adorar a Dios. Consintió y aceptó esa adoración situándose igual a Dios. Y finalmente vimos que su naturaleza divina era necesaria para demostrar a los hombres quién y cómo es Dios, así como religar a los hombres con Dios, de ahí la palabra “religión”.
El próximo tema tocaremos su nacimiento humano, su desarrollo como ser humano, sus características, y demás.
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